December 12, 2006
Despedida
El sol se esconde por la ventana, en mi último atardecer en la India. Llegó el momento de pegar la vuelta. Es hora de decir adiós a esta tierra tan fascinante, tan extraña.
Me llevo miles de imágenes en la retina, la experiencia de momentos irrepetibles, pocas certezas irreductibles y muchos nuevos amigos guardaditos en un rincón seguro del corazón.
Dejo aquí mucho de mi alma. No sirve mirar ahora para atrás, por que la nostalgia se apodera de todos los recuerdos de estos días, y usualmente y en caliente, no es buena consejera.
Cada viaje empieza y termina con un adiós, esa es su naturaleza, y su costado triste. Pero tambien cada viaje empieza y termina con una bienvenida. Me esperan lindas bienvenidas allá lejos, en mi tierrita. Es hora de empezar a anhelarlas, sabiendo que falta poco para tenerlas.
Gracias por leerme. Escribir me hizo sentir acompañado.
December 10, 2006
Amigos
Borges escribió que dormir es evadirse del mundo. Viajar, en cambio, es estar atento para descubrir nuevos mundos en cada instante, en cada lugar. Viajar es tener los ojos abiertos para ver nuevos paisajes y otras costumbres, y el alma abierta para encontrar, inesperadamente, nuevos amigos.
En esto pensaba por estos días, cuando se acercaba la hora de comenzar a despedir a todos los que estuvieron conmigo durante más de 40 días. Y como una casualidad (o causalidad), regresando de mi segundo paseo por Law Garden el viernes a la tarde, vi por la ventanilla del micro un cartel que decía que la guerra creaba odio entre los países, pero los viajes, amistad. Mi suerte pa' la desgracia hizo que fuera el último - de 75 - en irme del campus, y este fin de semana me tocó despedir a la mayoría. Mi incurable alma nostálgica otra vez me jugó una mala pasada, porque cada lugar del campus ya vacío es una añoranza de los momentos que pasé con muchos de ellos, todos exiliados voluntarios en esta experiencia tan rara y fascinante. Cada uno contando sus costumbres, trayendo a la memoria sus recuerdos más queridos. En cada rincón hay una charla. Y muchas risas.
La despedida más dura fue la de Carolina. Compañera inseparable y portadora de una amistad sincera y pura. Se llevó con ella su tonada paisa y me dejó mil anécdotas de su Medellín querido. Y la certeza que puede existir una amistad bella y sólida entre el hombre y la mujer... Dejamos tendidos algunos proyectos (que se cumplirán, seguro) como pretextos para visitarnos y conocer nuestros países.
Ayer se fue Inan, de Jordanía, contento con sus ocho kilos menos. Y hoy tuve que despedir a mi otro compañero de ruta: Emad, el gigantón de Siria. El me recibió el primer día a las tres de la mañana, con él compartimos departamento durante cuatro semanas, y luego fue mi companero de hoteles en los doce días del viaje. Otra vez el mismo nudo en la garganta y la imposibilidad de poder articular ni una palabra.
Las mejores despedidas son las más breves, no sirve prolongar esa efímera agonía. Con los africanos, su media cultura sajona hace que la cosa sea más fácil: apretón de mano, abrazito light y a otra cosa. Marcel, de Senegal, fue la excepción, pero algo de cultura francesa corre por sus venas: fue llorando todo el trayecto desde EDI hasta el aeropuerto. Esto me lo contó mi compañero Leeno con lagrimas en los ojos. No llegué a saludarlo. Tal vez, mejor. Ahora, sólo es tiempo de descuento hasta tomar mi vuelo mañana.
Amigos. Mi mochila vuelve llena de todos ellos.
En esto pensaba por estos días, cuando se acercaba la hora de comenzar a despedir a todos los que estuvieron conmigo durante más de 40 días. Y como una casualidad (o causalidad), regresando de mi segundo paseo por Law Garden el viernes a la tarde, vi por la ventanilla del micro un cartel que decía que la guerra creaba odio entre los países, pero los viajes, amistad. Mi suerte pa' la desgracia hizo que fuera el último - de 75 - en irme del campus, y este fin de semana me tocó despedir a la mayoría. Mi incurable alma nostálgica otra vez me jugó una mala pasada, porque cada lugar del campus ya vacío es una añoranza de los momentos que pasé con muchos de ellos, todos exiliados voluntarios en esta experiencia tan rara y fascinante. Cada uno contando sus costumbres, trayendo a la memoria sus recuerdos más queridos. En cada rincón hay una charla. Y muchas risas.
La despedida más dura fue la de Carolina. Compañera inseparable y portadora de una amistad sincera y pura. Se llevó con ella su tonada paisa y me dejó mil anécdotas de su Medellín querido. Y la certeza que puede existir una amistad bella y sólida entre el hombre y la mujer... Dejamos tendidos algunos proyectos (que se cumplirán, seguro) como pretextos para visitarnos y conocer nuestros países.
Ayer se fue Inan, de Jordanía, contento con sus ocho kilos menos. Y hoy tuve que despedir a mi otro compañero de ruta: Emad, el gigantón de Siria. El me recibió el primer día a las tres de la mañana, con él compartimos departamento durante cuatro semanas, y luego fue mi companero de hoteles en los doce días del viaje. Otra vez el mismo nudo en la garganta y la imposibilidad de poder articular ni una palabra.
Las mejores despedidas son las más breves, no sirve prolongar esa efímera agonía. Con los africanos, su media cultura sajona hace que la cosa sea más fácil: apretón de mano, abrazito light y a otra cosa. Marcel, de Senegal, fue la excepción, pero algo de cultura francesa corre por sus venas: fue llorando todo el trayecto desde EDI hasta el aeropuerto. Esto me lo contó mi compañero Leeno con lagrimas en los ojos. No llegué a saludarlo. Tal vez, mejor. Ahora, sólo es tiempo de descuento hasta tomar mi vuelo mañana.
Amigos. Mi mochila vuelve llena de todos ellos.